Fábula

Cuando voy por la calle, solo, sin prisa, acostumbro a observar, observo a los niños correr atareados, las diferentes formas de andar de la gente, la estupidez humana, la frecuencia de los pasos, así como la frecuencia de los semáforos.
No me limito a moverme, eso es muy aburrido, trato de buscar coherencia, trato de encontrarle un sentido a la vida, busco una explicación razonable de la frecuencia de los semáforos, y la uso a mi beneficio.
Calculo el momento exacto para buscar el trayecto más corto, para cruzar el semáforo siempre en verde y, cuando no hay semáforos, para hace esperar al mayor número de coches.
Desde el punto de vista del conductor sólo ven un joven que intenta cruzar pero que espera pacientemente a que no hayan coches para cruzar.
Desde mi punto de vista apelo a la amabilidad de los conductores para hacer que paren a propósito cuando, obviamente, me daría tiempo a cruzar, ahorrándonos tiempo a ambos.
Entonces cruzo, sin dar las gracias, es su obligación, y sonrío, de forma visible, en ese momento soy el dueño, controlo el momento, el tiempo, el espacio de la calle, y aquel que tiene el coche no puede hacer otra cosa que esperar.
Hayo un placer morboso viendo como los conductores hacen colas en las estaciones de servicio en previsión a la huelga y la, mas que presumible, escasez de petróleo.

Dicen que había un lobo, que tenía hambre, y se encontró con un árbol de manzanas, intentó cogerlas, pero no pudo. Entonces, vió como otro animal, que era más alto que él se acercó y las cogió sin problemas. Tras verlo el lobo rojo de envídia exclamó:
-Bah, están verdes!