Infusiones

Cada casa, cada madre, sigue su tradición, su instinto a la hora de tratar enfermedades comunes en sus hijos. Detalles como el omnipresente e impertérrito vics vaporup cuando te cuesta respirar o la patata hervida cuando estás enfermo del estómago. Es más común de lo que pueda parecer, la sabiduría popular es sabía por propia definición... Hasta que consigue que cojas asco a los alimentos que comes estando enfermo, hoy me centraré en las malditas infusiones.
El café mola, porque te lo tomas cuando estas tranquilo, tras haber comido, en pleno orgasmo estomacal.
La manzanilla es una mierda, porque te la dan cuando estas vomitando, es posible incluso que no llegue a rozar el intestino, sino que sala antes por otro agujero.
Y es así, mi madre nos daba manzanilla, y ahora mismo está implícitamente ligada a mi recuerdo de nauseas. Lo cual no es muy halagador para los fabricantes de infusiones, supongo.
Posteriormente intentó arreglarlo con el poleo, bueno, en principio parece que es la solución, hasta que acabas relacionando sabor de menta diluido en agua horrorosamente caliente a las nauseas, otro descartado.
Por eso cuando huelo el te me parece otra infusión de horrendo y nauseabundo sabor.
Hará como un mes fuimos a una tetería de mi ciudad, nada del otro mundo, donde me convencieron de probar un te, al que yo, instintivamente, y aún no recuerdo porqué lo pedí con sabor a hierbabuena, supongo que para encontrar algo sutilmente distinto en ese mar de sabores desagradablemente adquiridos de mi infancia. No estaba mal, a pesar de los desagradables efectos secundarios consistentes en mear más que un abuelo con la próstata tocada, lo cual no me gusta, si tuviera problemas diuréticos vale, pero creo que no lo necesito.
Entonces ¿debería dejar el té para siempre? No del todo, parece que el sabor del té verde no me desagrada, si viene con otros maravillosos sabores, pero a pesar del todo sigo prefiriendo el café, cuestión de gustos.